miércoles, 5 de agosto de 2009

El problema del intérprete

Esta mañana he dedicado un rato a escoger una de las sonatas para violín y cembalo de Bach para montarla en las próximas semanas. La existencia, en algunas de ellas, de movimientos lentos, largos y repetitivos ha sido el criterio determinante para deshecharlas inmediatamente.

Leo ahora a Charles Rosen, y escribe que gran parte de las obras de Bach para teclado nacieron con un propósito pedagógico y no público, no destinadas, en principio, a ser tranquilamente escuchadas. Escribe también que el clave de la época era incapaz de dar lugar a distintas dinámicas. Y comenta que hoy en día se considera razonable, al interpretar a Bach, que las distintas líneas de la polifonía y su combinación sean auditivamente perceptibles por el oyente, y que éste parece incapaz de aguantar una interpretación en que no exista la variable dinámica. Dicho de otro modo, uno de los grandes problemas de hoy en día para interpretar a Bach es la dificultad de conseguir mantener la atención de la audiencia. Y mi olfato lo sabe al descartar los movimientos más largos.

Contempla también Rosen la posibilidad de que el estilo innovador de un compositor llevara a sus sucesores a desarrollar un modo de ejecutar sus partituras más adecuado o eficaz que el suyo propio. Es algo a tener en cuenta, me parece, cuando tratamos con partituras de hace trescientos años, que hemos analizado compositivamente de arriba a abajo y de adelante a atrás, poniéndolas en el contexto de lo compuesto con anterioridad, de la obra completa del compositor, e incluso de los posteriores compositores en los que ha influido.

¿Hemos de pretender tocar como creemos que lo haría el compositor, o como pensamos que se haría en la época? ¿Como parece gustarle al público actual, como dice alguna de las escuelas interpretativas vigentes? ¿O simplemente como le gusta a uno mismo?
He aquí el pan de cada día...

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