lunes, 17 de noviembre de 2008

Vibrar o no vibrar, esa es la cuestión

A pesar de lo duro que se me presentaba el pasado fin de semana, con seis horas diarias de cursito de pedagogía del violín en la Universidad de Alcalá, y miles de cosas que estudiar –más que de costumbre-, el sábado por la noche tuve el ánimo de acercarme al Auditorio Nacional para escuchar a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart con su director titular, Sir Roger Norrington, en un concierto organizado por la Universidad Autónoma de Madrid. La verdad, no fue perder el tiempo.
Esta orquesta, con el impulso de su excéntrico director, está empeñada en reproducir el sonido imaginado por cada compositor para sus obras. De entrada, para la Sinfonía nº 103 de Haydn que constituyó la primera parte del programa, resulta extraño cómo flautas y oboes se sitúan detrás de los violines primeros, y enfrente, fagotes y clarinetes detrás de los segundos, mientras que los contrabajos se dividen en dos grupos que ocupan las “esquinas posteriores” de la cuerda (con violas y chelos en la posición alemana). Extraño, sí, pero francamente efectivo. No es tan agradable la elección de que la cuerda toque, en lo posible, sin vibrato. Se obtiene un buen resultado en Haydn, gracias a que la sección de cuerda, por lo demás absolutamente impecable, con la conjunción propia de un cuarteto (¡de 80 personas!), es capaz de empastar bastante bien la afinación, que el senza vibrato dificulta en gran manera.
Pero en Mahler, cuya Sinfonía nº 1 pudimos degustar (en su segunda revisión de 1893, con el nuevo segundo movimiento, “Blumine”), el vibrato es un recurso que en mi opinión se puede usar con menos tacañería, ya que ayuda enormemente a la creación de colores y a que la sección pueda mantener el balance con la gran masa de metales (de los que más tarde hablaremos). Por otra parte, en algún momento del concierto cabía preguntarse si la elección del senza vibrato no hace que los instrumentistas sientan cierta “libertad moral para desafinar”; me explico: en el comienzo de Feierlich und gemessen, el solista de contrabajo comenzó su “Frère Jacques” en modo menor casi un semitono bajo, y dio la sensación de que no se inmutaba, continuó como “reafirmado” en su postura a pesar de que tenía –y el público también- la clara referencia del colchón armónico.
La sección de viento está en clara desventaja con la cuerda en lo que a calidad se refiere, desventaja que parece querer suplir tocando más fuerte que nadie. No se escuchó un solo ataque decente y simultáneo, y hubo momentos de afinación y ritmo dudosos (y el vibrato no es excusa para ellos). En mi opinión, cuando tengan plazas libres, la orquesta debería pensar en organizar las pruebas en Llíria.

En cualquier caso, se trata de una orquesta con fantásticas ideas musicales, capacidad de reacción y de respuesta, y sobre todo una fuerza capaz de mantener la atención del público incluso a esas horas –el concierto era a las 22:30- en las que “Titán” le resulta a uno interminablemente bella. No quiero pensar en los pobres músicos alemanes, que habitualmente estarían casi despertándose. Hicieron muy buen trabajo.

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