miércoles, 3 de febrero de 2010

La ciudad cultural

Estoy últimamente muy, muy ocupada, leyendo cosas como ésta:

"Cultural policy is the product of joined-up thinking. The great trend of the machine age was to break things down. We have inherited disconnected ways of thinking; culture is usually disconnected from other public policies. The great challenge is to find new ways to put the pieces together again. There is nowhere more important than in cities, which are wholes – and we need to manage cities as total systems, from transportation to education, from health to jobs. To get cities to work creatively, we should work holistically. Cultural policy and action must never be confined to a handful of arts events, however important these may be. Cultural policy must invade and interact with all forms of public policy. The creation of a new metropolitan structure can have culture at its heart, as a kind of glue that helps to bind the multiple identities and exploit the creativity of the city."

Robert Palmer, "Conferencia: The city in practice". Montreal, 2001.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Decálogo de deberes del profesional

Acabo de encontrar esto leyendo un texto sobre la gestión cultural como profesión. Puede resultar algo confuciano, pero creo que expresa con adecuación la afinidad que debería haber entre profesión y vocación.

1-. Lealtad a la profesión elegida.

2-. Preparación adecuada.

3-. Ejercicio competente y honesto de la profesión.

4-. Entrega al trabajo profesional como corresponde a una verdadera vocación.

5-. Realización de las prestaciones resultantes de este trabajo a favor del bien común y al servicio de la sociedad.

6-. Constante perfeccionamiento del propio saber profesional.

7-. Exigencia justa de obtener no sólo el prestigio profesional, sino también los medios para una vida digna.

8-. Lealtad al dictamen verdadero, razonado y reflexivo de su propia conveniencia, a pesar de las posibles circunstancias contrarias o contradictorias.

9-. Derecho moral de permanecer en la profesión elegida.

10-. Esfuerzo constante por servir a los demás, conservando plenamente, al mismo tiempo, su libertad personal.


Arturo Navarro Ceardi, ¿Es la Gestión Cultural una profesión?, Portal Iberoamericano de Gestión Cultural.

viernes, 30 de octubre de 2009

El verdadero mundo feliz (lo que parece necesario)

Leyendo un texto sobre las competencias en educación -algo que los legos, de momento, no necesitan entender- me he encontrado con este resumen de ideas del Proyecto DeSeCo (Descripción y Selección de Competencias clave), una especie de definición de lo que se espera que la formación pueda conseguir de un individuo una vez que el sistema esté totalmente implantado, y que el individuo siga alimentando durante toda su vida. Por supuesto que sobre el papel las cosas parecen más fáciles de lo que son en realidad, pero, para que el mundo vaya a mejor, no me parece un mal intento de lo que debería figurar en nuestro "contrato de nacimiento". A saber:

<(...) La persona deberá ser competente para participar activamente en la transformación de la sociedad, es decir, comprenderla, valorarla e intervenir en ella de manera crítica y responsable, con el objetivo de que cada vez sea más justa, solidaria y democrática.

(...) La persona deberá ser competente para relacionarse, comunicarse y vivir positivamente con los demás, cooperando y participando en todas las actividades humanas desde la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.

(...) La persona deberá ser competente para ejercer de forma responsable y crítica la autonomía, la cooperación, la creatividad y la libertad, mediante el conocimiento y comprensión de sí mismo, de la sociedad y de la naturaleza en la que vive.

(...) La persona deberá ser competente para ejercer una tarea profesional adecuada a sus capacidades, a partir de los conocimientos y de las habilidades específicas de la profesión, de forma responsable, flexible y rigurosa, de manera que le permita satisfacer sus motivaciones y expectativas de desarrollo profesional y personal. >
"

¿Es utópico? ¿Hace falta más?

domingo, 4 de octubre de 2009

La tensión y el descubrimiento en los procesos de aprendizaje

He planteado éste como mi “año de los descubrimientos”. Tengo intención de dar rienda suelta a mi avidez de conocimiento en varios campos, intentando a la vez sacar algo en claro del hecho de juntarlos todos en mi cabeza. En ese sentido, estoy descubriendo, y, aunque querría, apenas tengo tiempo de compartir lo que descubro. Pero lo intentaré.

Y uno de mis últimos descubrimientos ha sido El juego interior del tenis (Timothy Gallwey), un libro que, a pesar de su deportivo título, arroja algo de luz sobre nuestra condición de “homo didax”, al margen de algunas prácticas habituales de la pedagogía en sentido amplio. Salvo algunos capítulos y ejemplos obviamente dedicados a la raqueta, el resto del libro es válido para cualquiera de los retos que se nos presentan en la vida.

Considerando el aprendizaje en su definición formal, éste es un cambio en el comportamiento, o en los hábitos. Por lo general, cuando decidimos cambiar un hábito es porque nos hemos convencido de que el que tenemos es malo, negativo, sin pararnos a pensar que sólo es, en realidad, una de las posibles alternativas, y que la única razón para cambiarla es que otra nueva sea más eficaz. Una vez decidimos que hay otro hábito más eficaz, es cuando nos parece que debemos “cambiar” el nuestro por ése, las más de las veces sin tener en cuenta que, aunque el nuestro está asentado, en virtud de la repetición y de la memoria, siempre hemos sido potencialmente capaces de desarrollar el otro, y por tanto podemos crearlo, superponerlo al anterior, sin tener que destruir éste.

En ese momento, demasiado interés y esfuerzo para desarrollar ese hábito pueden generar en nosotros una tensión innecesaria que dificulte, en realidad, su adquisición. La forma ideal de mantener esa tensión en su punto justo sería no intentar interferir con ella, y centrar toda nuestra capacidad de observación en pequeños detalles de lo que hacemos.

Se invita en el libro al escepticismo respecto de las indicaciones de otros, las cuales deberían servir para explorar la propia experiencia, pero no pueden convertirse en el propio criterio de lo que está bien y mal hecho, ya que, al ser normas individuales, no siempre funcionan. Se habrán de tener muy claros cuáles son los resultados deseados, pero manteniendo cierta indiferencia emocional hacia ellos que nos permita experimentar y descubrir en el camino; se podrá, del mismo modo, valorar positivamente los obstáculos, ya que suponen la necesidad de esforzarse y permiten ampliar nuestro potencial, convirtiendo lo que estamos haciendo en un proceso gratificante.

Siguiendo estas pautas, conseguir el objetivo produce una sensación de satisfacción sin más, sin un sentido de logro personal; esto evita el peligro que llevan asociadas las acciones orientadas hacia el éxito, las cuales pueden llegar a convertirse en un criterio para definir el valor propio de uno mismo.

Todo el razonamiento del libro está imbuido de la lógica, aparentemente sencilla, de las cosas que realmente funcionan y, dada mi descomunal sed de aprendizaje, y mi habitual tendencia autocrítica, estoy intentando ponerlo en práctica. Hasta ahora, creo que los resultados son excelentes…

miércoles, 5 de agosto de 2009

El problema del intérprete

Esta mañana he dedicado un rato a escoger una de las sonatas para violín y cembalo de Bach para montarla en las próximas semanas. La existencia, en algunas de ellas, de movimientos lentos, largos y repetitivos ha sido el criterio determinante para deshecharlas inmediatamente.

Leo ahora a Charles Rosen, y escribe que gran parte de las obras de Bach para teclado nacieron con un propósito pedagógico y no público, no destinadas, en principio, a ser tranquilamente escuchadas. Escribe también que el clave de la época era incapaz de dar lugar a distintas dinámicas. Y comenta que hoy en día se considera razonable, al interpretar a Bach, que las distintas líneas de la polifonía y su combinación sean auditivamente perceptibles por el oyente, y que éste parece incapaz de aguantar una interpretación en que no exista la variable dinámica. Dicho de otro modo, uno de los grandes problemas de hoy en día para interpretar a Bach es la dificultad de conseguir mantener la atención de la audiencia. Y mi olfato lo sabe al descartar los movimientos más largos.

Contempla también Rosen la posibilidad de que el estilo innovador de un compositor llevara a sus sucesores a desarrollar un modo de ejecutar sus partituras más adecuado o eficaz que el suyo propio. Es algo a tener en cuenta, me parece, cuando tratamos con partituras de hace trescientos años, que hemos analizado compositivamente de arriba a abajo y de adelante a atrás, poniéndolas en el contexto de lo compuesto con anterioridad, de la obra completa del compositor, e incluso de los posteriores compositores en los que ha influido.

¿Hemos de pretender tocar como creemos que lo haría el compositor, o como pensamos que se haría en la época? ¿Como parece gustarle al público actual, como dice alguna de las escuelas interpretativas vigentes? ¿O simplemente como le gusta a uno mismo?
He aquí el pan de cada día...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Vibrar o no vibrar, esa es la cuestión

A pesar de lo duro que se me presentaba el pasado fin de semana, con seis horas diarias de cursito de pedagogía del violín en la Universidad de Alcalá, y miles de cosas que estudiar –más que de costumbre-, el sábado por la noche tuve el ánimo de acercarme al Auditorio Nacional para escuchar a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart con su director titular, Sir Roger Norrington, en un concierto organizado por la Universidad Autónoma de Madrid. La verdad, no fue perder el tiempo.
Esta orquesta, con el impulso de su excéntrico director, está empeñada en reproducir el sonido imaginado por cada compositor para sus obras. De entrada, para la Sinfonía nº 103 de Haydn que constituyó la primera parte del programa, resulta extraño cómo flautas y oboes se sitúan detrás de los violines primeros, y enfrente, fagotes y clarinetes detrás de los segundos, mientras que los contrabajos se dividen en dos grupos que ocupan las “esquinas posteriores” de la cuerda (con violas y chelos en la posición alemana). Extraño, sí, pero francamente efectivo. No es tan agradable la elección de que la cuerda toque, en lo posible, sin vibrato. Se obtiene un buen resultado en Haydn, gracias a que la sección de cuerda, por lo demás absolutamente impecable, con la conjunción propia de un cuarteto (¡de 80 personas!), es capaz de empastar bastante bien la afinación, que el senza vibrato dificulta en gran manera.
Pero en Mahler, cuya Sinfonía nº 1 pudimos degustar (en su segunda revisión de 1893, con el nuevo segundo movimiento, “Blumine”), el vibrato es un recurso que en mi opinión se puede usar con menos tacañería, ya que ayuda enormemente a la creación de colores y a que la sección pueda mantener el balance con la gran masa de metales (de los que más tarde hablaremos). Por otra parte, en algún momento del concierto cabía preguntarse si la elección del senza vibrato no hace que los instrumentistas sientan cierta “libertad moral para desafinar”; me explico: en el comienzo de Feierlich und gemessen, el solista de contrabajo comenzó su “Frère Jacques” en modo menor casi un semitono bajo, y dio la sensación de que no se inmutaba, continuó como “reafirmado” en su postura a pesar de que tenía –y el público también- la clara referencia del colchón armónico.
La sección de viento está en clara desventaja con la cuerda en lo que a calidad se refiere, desventaja que parece querer suplir tocando más fuerte que nadie. No se escuchó un solo ataque decente y simultáneo, y hubo momentos de afinación y ritmo dudosos (y el vibrato no es excusa para ellos). En mi opinión, cuando tengan plazas libres, la orquesta debería pensar en organizar las pruebas en Llíria.

En cualquier caso, se trata de una orquesta con fantásticas ideas musicales, capacidad de reacción y de respuesta, y sobre todo una fuerza capaz de mantener la atención del público incluso a esas horas –el concierto era a las 22:30- en las que “Titán” le resulta a uno interminablemente bella. No quiero pensar en los pobres músicos alemanes, que habitualmente estarían casi despertándose. Hicieron muy buen trabajo.

martes, 4 de noviembre de 2008

Personajes

Hoy he visto a Don Quijote. Vestido con un traje gris de cuadros, se escondía a medias tras una bufanda marrón y llevaba el sombrero de fieltro en una mano. Iba bien agarrado a la barra para no caerse con los frenazos que –quién sabe porqué- sacudían el vagón del metro. Por un momento pensé que quizá no era él, que lo podía estar muy bien confundiendo con cualquier abuelo enjuto y sin afeitar. Pero inequívocamente, sus ojos azules muy vivos escudriñaban, con la avidez con que sólo se desea lo prohibido, periódicos y tesinas, panfletos y novelas, apuntes, libretas, cualquier pedazo de papel garabateado que fuese eventualmente susceptible de contener una historia.